La oposición debe saber gestionar sus emociones: La política desaforada resta puntos

 Un liderazgo que sabe gestionar sus emociones deja una huella, un recuerdo o un aprendizaje, quienes no lo hacen, le abren las puertas a la discordia, al resentimiento y a la confusión. Un líder que no controla sus emociones no está preparado para gobernar y respetar a sus semejantes

La oposición debe saber gestionar sus emociones: La política desaforada resta puntos

Odio y resentimiento. Esa descarga emocional discursiva que se ha hecho habitual en la actividad política ha sido el elemento más característico y representativo de algunas candidaturas recientemente. Hoy, en tiempos de mayor rapidez y fragilidad, observamos contradictoriamente que la moderación desaparece y el espiral de conflicto crece. Las buenas noticias han desaparecido y la cotidianidad es más negativa. La política catártica y desaforada se ha concentrado en peyorativos restándole utilidad al espacio discursivo.


Las emociones son inherentes a la política y al ser humano. Totalmente inescapables y fundamentales. Aristóteles y Platón nos ayudaron a entenderlo muy bien con sus clásicos. Entre la moderación y el radicalismo existen kilómetros de diferencia. Un liderazgo que sabe gestionar sus emociones deja una huella, un recuerdo o un aprendizaje, quienes no lo hacen, le abren las puertas a la discordia, al resentimiento y a la confusión. Un líder que no controla sus emociones no está preparado para gobernar y respetar a sus semejantes.


En el campo de la psicología social, el comportamiento de los políticos debe ser analizado con más detenimiento, desde una óptica individual, histórica y familiar. Los lideres autoritarios no nacen, se hacen. Nunca ha existido un manual de comportamiento para políticos, pero si se puede respirar en el entorno de hoy una tendencia a reacciones autoritarias y gestos antidemocráticos alejados de la moderación y del reconocimiento del adversario. Se puede percibir incluso un miedo a la reflexión y a las ideas, una evasión a la comprensión del entorno desde la conversación y el debate.


Así como el humor puede estar presente en la actividad política, el odio siempre ha formado parte de esa serie de herramientas de manipulación y movilización. A través de él, se pueden develar intenciones, estrategias y objetivos. Es más fácil movilizar y cohesionar a una sociedad a través de la ira que de la tristeza, pero cuando en la ecuación se encuentra una ideología ya sea de izquierda o de derechas como pieza unificadora, el resultado es potencialmente nocivo para cualquier democracia. 


Antes de la existencia de las redes sociales, los discursos de odio siempre han estado presentes. Estos no solo se instalan en los interlocutores políticos sino también en las pequeñas audiencias y burbujas digitales sedientas de polémica y más atención. “La inflamación social de nuestras sociedades introducen nuevos retos para entender a los electores. El malestar y la pulsión al castigo; el miedo y la reacción ultraconservadora; la ira y la demanda de venganza son algunas de las nuevas emociones que los electores expresan enlodados en el desánimo y la desesperanza que los cambios acelerados provocan en sus vidas” Antoni Gutiérrez-Rubí. 


El desafío permanente de nuestras sociedades está en detectar y evitar el desbordamiento político emocional de quienes aspiran llegar al poder o se encuentran en él. La política combativa de la venganza y la guillotina es peligrosa ya que se alimenta del tribalismo, del socavamiento institucional y del irrespeto a quienes piensan distinto. Atemperar la comunicación es comprender que los gritos nunca han acercado a nadie al poder, sino el verdadero sentido estratégico de las emociones y las palabras. 


Por: Pablo Andrés Quintero M.